Sidi Bou Saïd, un pintoresco pueblo enclavado en lo alto de unos acantilados y desde donde puede contemplarse una de las bahías más bonitas del mundo sin llegar a cansarse. Me hechizó, es imposible no caerse rendido a sus pies. Esta ciudad debe su nombre a un músico y poeta llamado Sidi Bou Saïd que se instaló en el cabo en el siglo XIII y que se convertiría en el siglo XIV en el santo patrón del pueblo. En 1915 se promulga un acuerdo de protección del lugar, hecho que hace que hoy en día conserve intacto su sello tradicional, con sus callejuelas adoquinadas, galerías de arte, tiendas de antigüedades, fachadas blancas inmaculadas, ventanas con celosías moriscas y puertas enormes de color azul y amarillas hechas con clavos.

Hicimos una parada en el famoso Café des Nattes “Café de las esteras”, llamado así por su suelo cubierto de esteras y en donde tomamos su famoso té con menta y piñones. Su sello personal radica en la famosa escalinata que en el siglo XVIII daba entrada a una mezquita.

Peculiar también el cementerio musulmán enclavado en un lugar privilegiado con vistas a la bahía y como dato curioso observar todas las tumbas orientadas hacia la meca.

Para acabar el estupendo día, os aconsejo adentrarse en el interior de una casa tradicional tunecina, esta que visitamos perteneció al juez local, es la llamada “Casa del Juez” y donde puedes dar buena cuenta del interior de las casas tradicionales, con sus jardines secretos y sus patios sombríos. Espectáculo mágico fue ver la puesta de sol desde su azotea.

Sin duda, Sidi Bou Said es una visita obligada.

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