“Tras esta puerta la tierra gime de dolor”. Y la verdad, sentí como gemía. Hasta ahora puedo asegurar que es el lugar más sobrecogedor en el que he estado. Yo creo más bien, que fue un cúmulo de circunstancias las que hicieron que viviera las sensaciones que sentí: cansancio después de un largo día de viaje, casi anocheciendo, la humedad de un día lluvioso, únicos visitantes del campo, una difícil ubicación… y por fin, llegamos.
Era una de las visitas que yo tenía marcadas aun sabiendo que no iba a encontrar ni museos, ni objetos… nada, y al fin encontré lo que buscaba y que ningún otro lugar me ha hecho sentir hasta ahora, es algo que no se puede explicar en palabras y que hace que se te erice la piel. Conecté con la atmósfera cargada de dolor que allí se respiraba, con el silencio aplastante solamente roto por el sonido de un metrónomo que suena como un corazón latiendo en el bosque, con la sobriedad del campo que da sentido a las esculturas que se erigen: al humillado, a la madre protegiendo a sus hijos, al inquebrantable y a la solidaridad, es realmente conmovedor.
Hay una zona llena de flores y peluches en memoria de los niños que murieron a causa del hambre, sed, enfermedades, frio o porque su sangre era extraída hasta la última gota para realizar transfusiones a los soldados heridos, hecho único en el Holocausto.
Me conmovió observar a mis dos hijos de 1 y 4 años, su alegría, su inocencia, era la línea entre la vida y la muerte que también está simbolizada en la puerta de la entrada.
Había leído muchas opiniones acerca de este lugar, hay muchas y la mayoría dicen que no merece la pena buscar este lugar escondido para ver unas cuantas estatuas, otras dicen que el lugar carece de significado si no es tu historia… me niego a creer que necesitemos ver una cámara de gas o una sala de tortura para imaginar el dolor que sufrieron, yo lo vi en el museo de la KGB de Vilna y no sentí esa sensación de vacío que te deja este lugar. Aquí no hay un ellos, aquí solo existieron personas como yo.
5 de agosto de 2016
Sonia
A mi me pasó lo mismo en Treblinka. «No hay nada ahí», me dijeron. Hay muchísimo dolor y sufrimiento
Exacto, Clara. Hay lugares vacíos que hablan más que otros llenos de cosas. Como contamos en la reflexión, Salaspils nos impactó mucho.