Los que nos seguís desde hace tiempo ya sabéis que cuando viajamos siempre nos gusta hacer experiencias que nos sumerjan en la vida local para de ese modo poder conocer mejor esta cultura. Nuestra escapada a Marrakech no ha sido menos y en ella también hemos realizado una actividad de este tipo, en concreto un … Read more
A veces los lugares más impresionantes están envueltos de las historias más bonitas y fantásticas. Esto ocurre hoy en día con la leyenda de la fundación del templo Wat Phra That Doi Suthep, la cual se enseña en todas las escuelas de Chiang Mai. Cuenta la leyenda que allá por el siglo XIV, el monje Sumanathera … Read more
Nos situamos en una preciosa tierra entre el sur de los Balcanes y la milenaria Grecia. Cuenta la leyenda que un día un joven de esta tierra se levantó muy temprano para salir a cazar. Paseando entre las hermosas montañas, llegó a la cima de una de ellas y desde allí divisó como un águila … Read more
«Dicen que unviaje se vive tres veces: cuando lo soñamos, cuando lo vivimos y cuando lo recordamos.
Tres momentos temporales: futuro, presente y pasado se entremezclan haciéndonos vivir de manera única la gran aventura que es cada nuevo viaje.
Mi viaje a Cuba fue sin duda el paradigma de esta afirmación: Lo soñé al preparar la ruta que íbamos a realizar, lo viví a tope desde el primer momento en que puse mis pies en su tierra y lo recordé durante mucho tiempo tras mi regreso a casa. Hay viajes que te marcan y sin ninguna duda éste fue uno de ellos. De hecho, 3 años después aún lo sigo recordando así que en cierto modo todavía hoy sigo viviendo esa aventura.
De vez en cuando esta maravillosa isla caribeña regresa a mí para que nunca la olvide. A veces es una foto o una noticia en el telediario, otras un simple anuncio de viajes en Internet. Qué más da…
En esta ocasión fue el evento #KLMHouseValència el que me hizo volver. Un evento que trataba sobre Turismo y Sostenibilidad en el cual se abordaba desde diversos puntos de vista a través de varias charlas y mesas redondas la necesidad de transitar hacia un turismo responsable, rentable, pero sobre todo sostenible.
Fue nada más empezar con las charlas cuando el primer ponente soltó una pregunta retórica: «¿Qué es viajar sostenible?».
Al oír esa cita, un flash inundó mi cabeza. De repente me acordé de una noticia que justo leí a los pocos días de regresar de mi estancia caribeña. Una noticia que decía algo así como… “Cuba, el país con el mejor desarrollo sostenible del mundo”.
Así que nada mejor que estar allí sentado, en ese precioso auditorio con esa gente para valorar si aquello era cierto o solo era otra de las fake news a las que nos estamos acostumbrando cada vez más hoy en día. Si de verdad Cuba era (o es aún, quién sabe) el país más sostenible del mundo. Entonces, justo en ese preciso instante, regresé a la isla. Volví para recordar y revivir mis casi 20 días de aventura junto a Sonia y nuestros dos niños, Xavi & Àlex.
Porque… ¿Qué es viajar sostenible?
Viajar sostenible es alojarte en las casas particulares de los cubanos. Huir de lujosos hoteles con todo tipo de comodidades lo cual supone un enorme derroche de energía y recursos a cambio de vivir como lugareños y convirtiéndonos en unos miembros más de la familia. Seguramente de una manera más modesta pero también más auténtica, menos artificial.
De ese modo y una vez roto la desconfianza inicial, los primeros diálogos banales se convirtieron en conversaciones profundas hasta bien entrada la madrugada. Charlas en las que nuestros anfitriones acababan abriéndose en canal para contarnos su día a día cubano. Con sus cosas buenas, pero también con sus dificultades. Una clase magistral sobre cómo ser feliz teniendo en ocasiones tan poco. Porque en Cuba recordé que las redes sociales no deberían estar en la pantalla del móvil o del ordenador. Allí las redes sociales son las personas, con sus relaciones humanas. Algo tan natural que estamos empezando a olvidar y que nos está virtualizando.
Viajar sostenible es alimentarse simplemente de lo necesario. No empacharse a comer de todo y a todas horas por el simple hecho de «estar de viaje». Eso nos lo dio Cuba ya que allí comimos en función de los productos de temporada y por supuesto producidos en la propia isla. Con el arroz, frijoles y huevos como básicos, degustamos los diferentes platos de su humilde gastronomía. No era época de tomates, pero en cambio los mangos estaban en plena producción por lo que aprovechamos esta circunstancia para beber los mejores jugos naturales que habíamos probado nunca.
De hecho en Cuba no existe el uso de pesticidas y plaguicidas para tratar las frutas y hortalizas, allí absolutamente TODO es natural. Como indica su nombre, de la propia madre naturaleza. Como antaño fue y debería seguir siendo hoy. Por tanto pudimos disfrutar y saborear muchos productos de los que por aquí en la vieja Europa se llaman “ecológicos”. Sí, esos que está tan de moda hoy en día y que parecen únicos y exclusivos.
Viajar sostenible es sin duda alguna apoyar el pequeño comercio, comprar productos de proximidad ayudando así a desarrollar la economía local para que pueda subsistir. En Cuba eso fue fácil, no existen grandes cadenas de distribución ni tampoco hipermercados por lo que las compras son casi todas de este tipo. Durante nuestra estancia SIEMPRE compramos en mercadillos artesanos, comimos de los puestos callejeros y, como he dicho antes, adquirimos productos naturales de primera calidad y producidos de manera tradicional como por ejemplo café, miel, tabaco o ron.
La sostenibilidad tiene también que ver con nuestra salud, mantenernos sanos y evitar enfermar. A nadie nos gusta ponernos malos y menos durante un viaje al extranjero pero a veces esto es inevitable. Por ello (y para evitar disgustos) lo mejor es contar con un buen seguro de viajes ante lo que pueda suceder. En nuestro caso y más viajando con niños contratamos el seguro con la aseguradora IATI, especializada en viajes y muy implicada en turismo responsable tal y como se puede ver en el #CompromisoIATI.
Por suerte durante nuestro viaje no necesitamos usar el seguro aunque… Cuba nos enseñó que en esto, aunque seguramente porque no tiene más remedio, también es un país que se mueve sobre lo sostenible.
Estando en Viñales y llegando a los últimos días de estancia a nuestro hijo Xavi le salió un eccema bastante grande e intenso en la axila debido al calor y la humedad. A pesar de ir provistos de un botiquín bastante completo, no teníamos nada específico para tratar esto. Por suerte nuestra casera (que resultó ser la farmacéutica del pueblo) nos proporcionó un remedio inesperado. Preparó una especie de polvos de talco hechos con maíz machacado, manzanilla y algunas hierbas. Aquello tuvo un efecto mágico ya que en unos días Xavi quedó plenamente curado.
De este modo pudimos comprobar una vez más, como con lo poco que les da la naturaleza estos cubanos eran capaces proporcionarnos un remedio que aquí en Europa habría sido mediante alguna crema o ungüento de laboratorio realizado a base de corticoides y cualquier otro componente químico más.
Y viajar sostenible lo es también dependiendo de los transportes que utilizamos. Hablamos mucho de no coger el coche para trayectos cortos que se pueden hacer a pie, utilizar el transporte público, compartir vehículos o incluso pasarse a la bicicleta. Eso que se llama ahora “lahuella de carbono” y que generamos en nuestros desplazamientos.
He de confesar que en esto los cubanos y cubanas “nos ganan por goleada”. Creo que de algún modo allí me teletransporté a mi infancia, a los años 80 en los que la media de coches por habitante era ínfima. Años en los que carros y caballos aún servían para llevarnos a muchos sitios. Así es aún en Cuba hoy donde el “colectivo” es el medio de transporte más utilizado. Bien sea mediante un autobús, una furgoneta o un enorme remolque de camión. Y por supuesto no puedo dejar de hablar “coger botella”, el transporte estrella. En Cuba coger botella es hacer dedo, el autostop de toda la vida. De hecho el gobierno lo recomienda y es muy habitual ver a decenas de personas (incluyendo los propios militares) de este modo en las mismas autopistas.
Quizá muchos pensarán: “Sí, claro. Hablas de viajar sostenible pero para ir a Cuba has tenido que coger un avión con su correspondiente rastro de CO2 a la atmósfera». Quizá sea cierto, no lo niego. Pero por ello intento compensarlo con mi actuación en destino, tratando de ser un viajero responsable y lo menos invasivo posible. Y también es cierto que cada vez hay más aerolíneas buscando fórmulas para ser menos contaminantes utilizando la tecnología al servicio del medio ambiente.
Un ejemplo de ello es la aerolínea KLM la cual ya está operando con el combustible SAF, Combustible de Aviación Sostenible. Este combustible se fabrica con recursos como los aceites usados o residuos forestales, expulsando así un 75% menos de CO2 que en un vuelo convencional. Cierto que aún es poca la cantidad de combustible SAF utilizado en los vuelos pero es un pequeño gran avance en la dirección correcta hacia la sostenibilidad.
Una sostenibilidad la cual me estaba demostrando gozar Cuba a través de tantos ejemplos prácticos en este regreso espiritual a través de mis recuerdos. Mientras transcurrían las diferentes charlas y ponencias del evento #KLMHouseValència y tras analizar mis vivencias en la isla llegué a una conclusión.
No sé si realmente (tal y como decía aquella noticia) Cuba era el país con mejor desarrollo sostenible, pero lo que sí tengo claro es que ese es el ejemplo de cómo debe ser el turismo (y nuestras vidas) en un futuro que ya es presente. Qué tipo de comportamientos hemos de tener en nuestro día a día y aún de manera más responsable a la hora de viajar, especialmente por aquello de ser forasteros.
Tampoco sé si en Cuba esto se debe a una decisión propia o es por causa de fuerza mayor. Si su motivación es intrínseca o es fruto de la de la propia supervivencia debido de sus conocidos problemas de suministros en parte provocados por eterno embargo estadounidense. Seguro que esto es motivo de debate ya que es un tema que despierta mucha controversia, pero estamos ante una reflexión que merece otro tipo de análisis mucho más profundo.
Pero lo que sí tengo claro es que experiencias como las que viví en Cuba son las que se acercan a eso que se hablaba en ese foro sobre Turismo responsable y Sostenibilidad. Cómo seguir viajando y hacerlo de una manera responsable y sostenible.
Creo que hay cada vez más gente consciente de que no hay otra vía, que ese es el camino hacia el que debemos transitar. Un camino que ya ha comenzado y en el que aunque ya hayamos echado a andar, aún nos falta mucho camino por recorrer.
«No me considero un experto viajero. De hecho ante cada nuevo viaje me siento con la inocencia del principiante que intenta aprender de la nueva aventura. Me encanta viajar, descubrir nuevos lugares y sobre todo aprender mucho de ellos ya que siento que eso me hace crecer como persona.
Cada país promete tener características únicas que lo hacen especial y por lo que merece ser visitado. Algunos se enorgullecen de tener una historia milenaria, de ser cuna de grandes civilizaciones. Otros dicen gozar de una gastronomía inigualable mientras que los hay que alardean poseer paisajes de auténtica postal, bien sea debido a sus playas paradisíacas o a épicas montañas y cordilleras.
Sin embargo y a pesar de todo ello, opino que la definición de un país no está en esos “imbatibles atractivos”. Desde mi humilde opinión creo una de las mayores verdades que he aprendido desde que comencé a viajar es que un país lo forma su gente, que es tal y como es la gente que lo habita. Hay países aparentemente con mucho pero que su gente le hacen ser un poquito menos. En cambio hay otros lugares que parecen ser poca cosa pero que su gente los convierten en un lugar enorme, único e inolvidable.
Eso es lo que me pasó en Albania y por eso hoy te quiero hablar de ella. Quiero contarte cómo es pero esta vez lo voy a hacer desde otra cara. Para mí, su mejor cara. Te propongo un viaje por Albania a través de su gente, de la gente que encontré en mi camino. Gente con rostro, gente con historias.
Porque Albania, sin ser uno de esos flechazos viajeros acabó convirtiéndose en una bonita historia de amor de verano. Un amor cocinado a fuego lento, al calor de su gente. Acompáñame junto a mi familia en esta aventura recorriendo montañas, lagos, bazares y playas. Desde Tirana con dirección norte hasta los Alpes Albaneses, bajando después al sur hasta la frontera griega en la preciosa Riviera Albanesa. Voy a intentar describirte este pequeño gran país con sus lugareños como protagonistas de este viaje.
Tirana, la capital de Albania
Todo viaje a Albania comienza en Tirana, su orgullosa capital. Y digo orgullosa en el mejor sentido de la palabra ya que nada más poner nuestros pies allí, Tirana me demostró que habíamos llegado a un lugar muy especial.
Nuestro avión tenía que aterrizar sobre las 23:00h por lo que por comodidad decidí contratar el traslado con el alojamiento, un pequeño hotel familiar. La cuestión es que el vuelo acabó retrasándose más de 2 horas y en vez de llegar a la hora prevista aterrizamos casi a las 02:00h de la madrugada. Este contratiempo no supuso ningún problema para nuestro anfitrión ya que, aunque le había avisado del retraso, al salir por la puerta de la terminal allí estaba con mi nombre escrito en el típico cartelito. Nos presentamos y con su destartalado Fiat Punto nos llevó hasta el hotel.
Dado el retraso del vuelo y el inconveniente que supuso le dije que le tenía que pagar más dinero por ello. Con una mezcla de italiano y algunas palabras de inglés, no me quiso cobrar más que los 15 euros que habíamos pactado días antes por email. “You and me habiamo un tratto, 15 euros”, me repetía una y otra vez. Me pareció increíble y con ello empecé a entender que en Albania la palabra vale más que cualquier papel u otra cosa. Justo unos meses antes vivimos una situación parecida en Roma pero en cambio nuestro anfitrión italiano SÍ que nos cobró un buen suplemento por el retraso del avión que nos tenía que traer a la “ciudad eterna”. No en todos los lugares son iguales, pensé.
Durante los siguientes 3 días pude conocer esta ciudad que lucha por abrirse un hueco entre las más recomendables del este de Europa. Es cierto que el camino va a ser largo pero podemos decir que Tirana ya ha comenzado a andar. Visité algunos de sus lugares más emblemáticos y por supuesto sus famosos búnkers, tristes símbolos de la dictadura comunista del paranoico Enver Hoxha el cual ordenó la construcción de más de 750.000 (1 para cada 4 habitantes) por todo el país para defender Albania de una posible invasión occidental en plena Guerra Fría.
Hoy en día muchos de esos búnkers se han restaurado y se reutilizan como museo para mostrar aquellos duros años de dictadura en el país. En mi afán por saber más sobre esta historia negra del país tenía claro que quería conocer alguno de ellos. Primero fuimos al Bunk Art 2 en pleno centro de Tirana donde suelen ir los turistas. Sus numerosas galerías-refugio ofrecen una visión clara del horror de la Guerra Fría.
Y si bien la visita es totalmente recomendable, nada tiene que ver con el Bunk Art 1 el cual está situado a las afueras de la ciudad y es mucho menos conocido y visitado. Este búnker es una oda al triste y desgraciado periodo de la dictadura de Hoxha. En el interior de las salas se pueden contemplar distintos ambientes y objetos originales además de cárceles, celdas de tortura, habitaciones de descontaminación nuclear, humo recreando gas, sonidos de sirenas de alarma y un largo etcétera. Incluso hay un teatro con escenario, butacas y palcos en el que se representaban obras artísticas y se realizaban convenciones del gobierno. ¡Una locura!
La casualidad hizo que un entrañable taxista se convirtiera en nuestro improvisado guía. Al decirle que nos llevara al Bunk Art 1 tal fue su sorpresa que comenzó a hablarnos en un básico inglés sobre la época oscura de Enver Hoxha. Entablamos una interesante conversación en la que nos contó que fueron años duros y que por culpa de ese periodo mucha gente piensa aún que Albania es un país peligroso y con malas personas, pero eso no significa que los albaneses sean como Enver Hoxha. Aquello derivó en un: «España se parece un poco a Albania, también habéis vivido una dictadura pero seguro que los españoles no sois todos como Francisco Franco». Esto me dejó perplejo ya que en eso tenía razón.
Fue tan amable que dijo que se esperaba a que realizáramos toda la visita ya que a nuestra salida nos iba a ser difícil encontrar taxi por esa alejada zona del centro. Que no quería cobrar nada extra y que se esperaba en una cafetería mientras se tomaba un espresso. Me pareció un precioso detalle y aunque no quiso cobrar de más, al menos sí me dejó darle unos pocos leks extra para pagarse el café.
A nuestra salida nos llevó de regreso al centro hasta el Blloku, el barrio más cool de Tirana y donde antes solo podía acceder la gente más pudiente de la ciudad y afín al régimen. Por suerte ahora aquello es un lugar lleno de vida y alegría para todos los públicos. «Antes yo no podía entrar aquí», nos dijo.
Al despedirnos me pidió que le contáramos a nuestros amigos y familiares cómo era de verdad Albania. Sin lugar a dudas, lo vivido con este taxista me volvía a demostrar que los albaneses eran gente hermosa y con ganas de abrirse al mundo.
Kruje, la ciudad de Skanderbeg
A solo 20 kilómetros al norte de Tirana se encuentra Kruje, uno de los lugares más icónicos del país y donde se forjó el nacionalismo albanés gracias al mítico personaje medieval y héroe nacional Gjergj Kastrioti, más conocido como Skanderbeg. Skanderbeg fue un noble que logró aunar a todos los clanes de Albania en una causa común y frenar el avance del imperio otomano que acechaba Europa desde tierras orientales.
Gracias al apoyo que tuvo de los Reinos Católicos de Aragón, Sicilia y Cerdeña con Alfonso VI, Skanderbeg logró frenar los múltiples intentos de invasiones turcas durante casi tres décadas, cambiando así el curso de la historia y consiguiendo impedir que el Islam se abrazara desde la Península Ibérica hasta el este del Mediterráneo. Fue en Kruje donde se atrincheró Skanderbeg, repelió los ataques otomanos y realizó los contraataques alrededor de sus montañas para contener al invasor.
Hoy día Kruje se ha convertido en símbolo de la identidad albanesa. Solo hay que darse una vuelta por su precioso bazar, subir hasta sus antiguas murallas donde se erige orgullosa la bandera roja con el águila de dos cabezas y entrar al castillo-museo hasta llegar al mausoleo donde reposan los restos del héroe.
Justo en la entrada del castillo, el señor que repartía los tickets nos preguntó de dónde veníamos. Al decirle que éramos de España se tomó un gran molestia en hablar con nosotros, pero en el momento que le dijimos que veníamos de Valencia su actitud pasó a un enorme entusiasmo.
Nos contó que Donika Arianiti, la mujer de Skanderbeg, está enterrada en Valencia ya que fue allí donde se exilió al morir su marido. Este hecho nos permitió entablar una interesante conversación sobre los hechos, pero lo que más recuerdo fue la última frase que me comentó al despedirnos: «Sin Skanderbeg y Albania, Europa hoy aún sería de los turcos». Fue otra muestra de lo orgullosos que se siente esta gente este carismático personaje.
Obviamente a mi vuelta indagué sobre ello y así es, Donika Arianiti sigue enterrada en el Monasterio de la Santísima Trinidad de Valencia, a pocos kilómetros de mi casa.
Shkodër es una de las ciudades más antiguas de Albania llegando a ostentar la capitalidad hasta el año 1920. Hoy en día sigue siendo uno de los lugares más importantes del país y se la considera como el principal enclave histórico y cultural del norte. Además esta ciudad sirve como puerta de entrada a los fantásticos Alpes Albaneses. Lo normal es llegar aquí, pasar un par de días recorriendo sus calles y luego dirigirse a las montañas para realizar rutas de senderismo o trekkings rodeados de la naturaleza más bella y salvaje.
En Shkodër descubrí otra de las grandes virtudes de los albaneses, el respeto a las diferentes identidades religiosas. Fue a la entrada de la Gran Mezquita, también conocida como Mezquita Ebu Beker. Al pasar por la entrada nos quedamos mirando al interior con cierta inocencia y temor sin saber muy bien qué hacer, sin saber si «estaría bien entrar».
Justo entonces se nos acercó un señor y nos invitó a pasar. Le pregunté si de verdad podíamos ya que aunque no había ninguna celebración, era un momento de lectura donde varias personas departían y conversaban en torno al Corán, su libro sagrado. Me dijo que no había ningún problema, que en Albania convivían en perfecta armonía las 3 principales religiones, islam y cristianismo católico y ortodoxo y aunque él era musulmán, nos respetaba mucho como cristianos. Su amabilidad me conquistó así que nos quitamos respetuosamente nuestros zapatos, entramos en el templo y durante un rato pudimos visitarlo.
Por último nos acompañó hasta la salida y allí me volvió a incidir en que en su país, la gente vive la espiritualidad sin ningún tipo de conflicto. Muestra de ello es cómo me señaló que en calles contiguas convivían mezquitas e iglesias cristianas en una armonía y naturalidad ejemplar. Aquello me pareció admirable ya que mucho, mucho creo que deberían (deberíamos) aprender sobre la tolerancia y el respeto al que piensa diferente.
Theth, el valle más bonito de los Alpes Albaneses
Desde Shkodër nuestro viaje continuó aún más al norte hacia los mal llamados Alpes Albaneses ya que en realidad pertenecen a los Alpes Dináricos, una cadena montañosa que se extiende por el norte de Albania, Bosnia, Montenegro, Serbia, Croacia y Eslovenia. Sin lugar a dudas estas montañas de más de 2.000 metros de altura son uno de los grandes atractivos del país gracias a una naturaleza casi virgen decorada por infinidad de tonos verdes y azules turquesa.
De hecho teníamos marcado este lugar en rojo en nuestro itinerario ya que nos apetecía mucho relajarnos junto a nuestros dos niños en este entorno natural y poder realizar el sencillo trekking hasta el famoso Blue Eye, uno de esos «must» que salen en todas la guías. Pero lo que no sabía es que además de todo eso, allí disfrutaría de las mejores experiencias humanas que me iba a dar el viaje.
Al poco de llegar y una vez instalados en nuestro modesto albergue (así son la gran mayoría de alojamientos de Theth) nos fuimos a dar una primera vuelta de reconocimiento, un poco a la aventura huyendo de la escasa gente que había en las cercanías. Cual fue nuestra sorpresa que nos encontramos con una pastora que conducía a su rebaño de ovejas por una las sendas que bordean un río. No sé muy bien cómo pero entre ella y nosotros surgió una conexión muy especial ya que de repente empezó a abrazar a Sonia y acariciarle el pelo rubio rizado al que no debería estar demasiado acostumbrada. También besaba a los niños mientras les hablaba cariñosamente en un idioma que obviamente no lográbamos descifrar.
Seguramente eso fue lo de menos pues pienso que a su manera nos estaba transmitiendo la alegría por encontrarnos, de coincidir con una familia extranjera paseando por aquellas remotas montañas. Fue una situación entrañable al menos para mí y por eso la cuento. Porque hoy en día no es fácil que un desconocido se acerque a ti con la sencillez, confianza y humildad que lo hizo esa pastora. Una mujer que nos estaba dando la bienvenida y abrazando en nombre de toda Albania.
Los dos siguientes días los disfruté mucho. Theth es un lugar maravilloso donde aún se puede sentir ese modo de vida rural y ancestral. En Theth los caminos siguen siendo pistas de tierra y piedras, no hay grandes resorts, hoteles ni restaurantes. Todo se vive en calma, como si no hubiera pasado el tiempo. No sé lo que durará ya que el país se está abriendo a pasos agigantados y cada vez hay más gente que viene aquí por lo que es probable que en pocos años este lugar también acabe sucumbiendo al turismo de masas.
El segundo día, tras una buena caminata hasta la cascada de Grunas nos volvimos a nuestro alojamiento. Sonia y los niños estaban algo cansados así que decidí acercarme solo para ver algo que se me había quedado pendiente. En el valle de Theth se encuentra una de las últimas Kullas que existen en toda Albania y yo no quería irme sin visitarla. Según me había informado previamente, una Kulla (o Torre del Aislamiento), era el lugar destinado a la persona autora de un delito de sangre ya que según el Kanun, el antiguo código de conducta albanés originario de la Edad Media, el delito tenía que ser vengado por la familia del agredido con la misma moneda. Esa historia me fascinó y por ello tenía que ver como era una Kulla.
Al llegar allí tuve la enorme suerte de encontrarme con Sokol Nikolle Koçeku, último heredero de la torre y que se dedica a transmitir cual guía turístico ataviado con la vestimenta típica albanesa el auténtico significado de ese singular edificio. Justo iba a hacer una visita a 3 jóvenes albaneses, los cuales no pusieron pega alguna en unirme a ellos para escuchar las historias de Sokol a cambio de 100 leks, 1 euros al cambio. En esta visita ya con mi anfitrión sentado en la primera planta de la torre, aprendí que los pilares básicos del Kanun eran el honor, la hospitalidad, respeto a la familia y el cumplimiento de la palabra, por lo que violar alguna de estas máximas podía tener fatales consecuencias.
De ese modo, si se producía un delito de sangre el agresor solo podía refugiarse en una de estas torres y quedaba protegido por los varones de su misma familia o clan durante dos semanas. Pasado este tiempo llegaba el momento de la negociación en el que las dos familias se sentaban a hablar junto a los ancianos del lugar con solamente dos posibles soluciones: venganza o perdón.
Y a pesar de lo que se pueda creer, muchas veces la reyerta acababa con el perdón entre clanes en pro de la paz comunitaria. Eso fue al menos lo que me dijo Sokol, pues me confesó también que aunque Albania trabaja por convertirse en un estado moderno que le permita entrar en la Unión Europea, gran parte de la sociedad sigue viviendo bajos sus costumbres ancestrales y que no van a cambiar de la noche a la mañana. Eso sí, costumbres donde el honor, la justicia y la palabra siguen siendo la base de la convivencia.
Visitar esa Kulla me permitió entender mejor a la gente de Albania. En cierto modo, hablar con Sokol Koçeku me hizo comprender por qué durante los días previos algunas de las personas con las que me tropecé se habían comportado tan bien conmigo y mi familia. Creo que salí de la torre con una leve sonrisa de satisfacción dibujada en mi rostro. Satisfacción y agradecimiento por estar descubriendo un país al cual apenas dos semanas antes no le tenía altas expectativas. A estas alturas de mi viaje, Albania ya me había conquistado.
Pero si hasta ahora lo mío con Albania había sido solo un amor platónico, algo hizo que entre nosotros se desatara la pasión. Fue en el camino de vuelta hasta mi albergue, mientras pasaba por delante de lo único que se parecía a un bar en todo el valle. Un señor de aspecto extraño pero amable salió por la puerta y comenzó a invitarme a pasar dentro mientra repetía la palabra «raki» una y otra vez. A pesar de la duda inicial confié en mi instinto, decidí hacerle caso y entré. Lo primero que hizo fue invitarme a un chupito de raki, un potente aguardiente de uva con 45º de alcohol al cual fue imposible negarme.
Junto a él, un grupo de jóvenes estaba tomando cervezas y escuchando música. Rápidamente se presentaron en un correcto inglés y me hicieron sentar con ellos haciendo honor a la hospitalidad, uno de los grandes pilares del Kanun. No pude evitar que el raki y la cerveza comenzaran a regar aquella mesa junto a un sinfín de preguntas. Sentían una enorme curiosidad por saber qué pensábamos de ellos en nuestro país, qué percepción teníamos de Albania. Ávidos de mis respuestas sintieron cierta decepción al oírme hablar de que mucha gente les ve como peligrosas bandas de albano-kosovares. Les daba mucha rabia (cito textualmente) ese «estigma» etiquetado por culpa de unos pocos desalmados que les han dado una fama injusta fuera de sus fronteras.
Obviamente me aseguraron que la gente de Albania no es así, que yo mismo lo estaba comprobando junto a ellos en ese preciso instante. Eso sí, uno me aseguró que «los albaneses eran buenos pero que si alguien se portaba mal con ellos había que ir con cuidado ya que eran muy orgullosos». No hace falta decir que el alcohol había comenzado a hacer de las suyas aunque poco importaba ya que en ese momento éramos simplemente personas con ganas de hablar, descubrir y pasarlo bien.
Estuve como un par de horas más ya que no había manera de que me dejaran marchar y me invitaban a cenar con ellos. He de confesar que me habría gustado quedarme pero al día siguiente teníamos que madrugar ya que me iba de Theth. Una marcha agridulce pues si bien me dirigía a conocer nuevos lugares de este precioso país, en aquellas montañas se iban a quedar bonitos momentos junto a personas que me estaban demostrando lo especial que es ser ciudadano de Albania.
Berat, la ciudad de las mil ventanas
Mi siguiente parte del viaje se trasladó hacia el sur, cambiando totalmente de registro. De la naturaleza desbordante de los Alpes Albaneses nos dirigíamos a un entorno mucho más histórico y cultural con Berat como máximo exponente. Apodada como la «ciudad blanca» o de «las mil ventanas, Berat es reconocida desde 2008 como Patrimonio Mundial por la UNESCO. En esta ciudad de más de 2400 años de antigüedad pudimos admirar sus típicas casa blancas de construcción otomana, subir al imponente castillo y perdernos entre las callejuelas del barrio musulmán de Mangalem o el cristiano de Gorica.
En Berat también disfrutamos de la auténtica gastronomía del país, un auténtico placer dadas su influencia turca, griega, italiana y balcánica. Esa mezcla hacen que sea un espectáculo para el paladar pues diría que en pocos países he comido tan bien (y tan barato) como en Albania. Además también pude comprobar que a los albaneses también les encanta reunirse y departir en torno a una mesa llena de comida y bebida.
Justo nos disponíamos a salir para ir a cenar cuando en el jardín de nuestro hotel había un grupo de personas agrupadas en torno a una larga mesa preparadas para cenar. Tras un cordial saludo un señor mayor me dijo si queríamos tomar algo con ellos a lo cual no pudimos negarnos y aunque nos invitó a cenar, tuvimos que declinar la invitación ya que teníamos una reserva en un restaurante. He de decir que de todo lo que hablamos durante ese tiempo me quedo con la alegría que le producía ver como familias con niños pequeños venían de alejados puntos de Europa a visitar su país ya que para él eso era un motivo de orgullo, seguramente algo casi impensable un par de décadas atrás.
Gjirokastër, el bazar más bonito de Albania
Gjirokastër es una ciudad muy parecida a Berat ya que ambas conservan ese toque turco otomano con sus casas típicas y las empinadas callejuelas en las que te puede sorprender cualquier bazar o rincón inesperado. Y si bien Berat es más monumental, Gjirokastër tiene un aura más tradicional, seguramente por encontrarse aún más al este que la ciudad de las mil ventanas. Sinceramente no me quedaría con ninguna de las dos, o más bien me quedaría con ambas ya que la respuesta a esta pregunta sería como decir si quieres más a mamá o papá.
De todos modos, a pesar de permanecer solo dos días allí he de decir que Gjirokastër tuvo el mérito de ser el lugar donde comí el mejor Qofte (unas suculentas albóndigas de cordero sazonado con especias) y también donde probé el mejor café albanés, también famoso por su reminiscencias turcas. Lo que no sé es si porque en realidad eran los más deliciosos o porque comí en un pequeño restaurante tradicional gestionado por un entrañable matrimonio de avanzada edad. No soy una persona muy intuitiva pero, buscando un lugar para comer nuestro primer día en Gjirokastër, la amabilidad que desprendía el rostro del dueño me cautivó. «No busquemos más, vamos a comer aquí, le dije a Sonia».
Nada más entrar en el Restaurante Gjoça, el chef Rudi nos hizo sentir como en nuestra propia casa. No hubo necesidad de que tuviera un buen inglés para entendernos, ya que solo con los gestos y las miradas la comunicación fluía. Él mismo fue quien mediante señas decidió lo que íbamos a comer, acertando de pleno tanto para los adultos como para los niños.
Me enseñó su humilde restaurante, lugar donde detrás de los fogones también tiene su propia casa. Además, con enorme orgullo me mostró las paredes del local las cuales están ataviadas con cuadros en los que se observan fotos de famosos que han comido allí, incluido el mismo Enver Hoxha. Aluciné además al ver el modo tradicional con el que preparaba el café, deshaciendo al fuego vivo con una cuchara los granos en un pequeño recipiente expresamente dedicado a ello.
Y como no podía ser de otra manera Rudi me invitó a tomar un par de rakis junto a él, cumpliendo una especie de ritual y sellando de ese modo el nacimiento de una nueva amistad entre dos desconocidos. Como muestra de mi gratitud regresamos esa misma noche. Sin avisar, sin reservar. Por supuesto que hubo una mesa para nosotros en la que disfrutamos de una deliciosa cena tradicional. Al concluir, llegaba el amargo momento de la despedida, que sería suavizado gracias ese potente aguardiente de uva, el invitado indispensable de cualquier celebración en la cultura popular albanesa. Fue de ese modo, con un brindis de raki que nos despedimos quien sabe si hasta una próxima vez.
La Riviera Albanesa
Nuestra última parte del viaje tenía como principal objetivo descansar del intenso calor del país y recargar pilas en las preciosas playas de la Riviera Albanesa. Por lo que había visto en fotos y leído en las guías esta zona costera bañada por el mar Jónico presumía de ser el «Caribe Europeo» con playas paradisíacas y aguas cristalinas. Y si bien el adjetivo puede parecer excesivo, he de reconocer que la realidad superó ampliamente las expectativas.
Personalmente no soy fan del turismo de sol y playa pero en la Riviera Albanesa pasamos unos bonitos días de verano. A pesar de ser un destino bastante masificado en ningún momento noté excesivo agobio ya que el turismo que hay es principalmente local e italiano. Tanto en las playas de Ksamil y Himarë siempre encontramos sitio para dejar la toalla, nadar en el mar o sentarnos a comer y cenar. Eso sí, en estas costas hubo un detalle que por última vez me demostró que en Albania la honradez y el honor está fuera de toda duda.
Ocurrió en Ksamil. Alquilamos un par de tumbonas con una pequeña mesa para poder sentarnos más cómodamente y pasar toda la mañana en la playa. Después de instalarnos y situarnos fuimos con nuestros niños a darnos un baño. Sinceramente no recuerdo bien el tiempo que pasó pero seguro que estaríamos al menos un par de horas jugando con ellos. Fue en el momento de salir del agua y regresar hacia nuestras butacas cuando un chispazo de preocupación atravesó mi mente. ¡Nos habíamos dejado encima de la mesita de playa nuestros smartphones, gafas de sol, las llaves del coche e incluso un pequeño monedero con algunos leks! Pensé en la probabilidad de que todo eso no estuviera, que nos lo hubieran robado. Aquello podría resultar dramático.
Sin embargo, cuando regresé a toda velocidad a nuestras tumbonas vi que nuestras valiosas pertenencias seguían allí, en el mismo sitio que las habíamos dejado. Las nuestras y las de todos los demás bañistas de la playa ya que absolutamente TODO el mundo se dejaba sus cosas sin temor alguno a que les fueran robadas. La verdad es que a pesar del alivio, me sentí mal, ¡Qué mal pensado fui! Quizá fue coincidencia o casualidad, quién sabe, aunque lo vivido durante los días previos me invitaba a pensar que es que la gente era así, porque Albania es así.
Con esos últimos días en la preciosa Riviera Albanesa concluía una aventura que difícil de igualar. Definitivamente, situaciones como todas las que me sucedieron durante esas dos semanas fueron las que me acabaron enamorando de Albania y que hoy en día me hacen recordar mi estancia allí con enorme nostalgia y también con un punto de admiración. Admiración de un país precioso por fuera pero sobre todo bello por dentro gracias a su gente, una gente humilde, hospitalaria y tremendamente respetuosa.
Como dije antes, no me considero un experto viajero pero desde mi humilde opinión estoy seguro de una cosa.
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De eso quiero hablar hoy, de los sueños. De unos que estaban por cumplir y que por fin se han hecho realidad.
Viajar a Laponia, hasta el mismísimo círculo polar ártico era una cuenta pendiente que tenía nuestra familia. Cada uno con sus motivos, cada uno con sus propios sueños.
Xavi soñaba con conocer a Papá Noel. Desde hace varios años deseaba con todas sus fuerzas que Santa Claus lo invitara a conocerlo personalmente a su casa. Cada 25 de diciembre bajaba corriendo al árbol con la ilusión de recibir esa carta/invitación especial. Y cada vez tras una pequeña decepción, volvía de nuevo la esperanza de que su sueño se cumpliría al año siguiente.
Àlex quería ver la nieve, jugar con ella, tirarse en trineo, fabricar un muñeco y lanzarse multitud de bolas en una interminable guerra familiar.
Por su parte Sonia soñaba con ver una aurora boreal. Desde que empezó a viajar hace ya unos cuantos años, el hecho de poder estar alguna vez en su vida cubierta por ese manto de colores que inunda los cielos polares por las «luces del norte» se había convertido en uno de sus sueños viajeros. De hecho en más de una ocasión me había dicho: «No me gustaría morirme sin haber podido ver una aurora boreal». Ella viajaba con la ilusión de que quizá esta vez podría cumplir ese deseo.
Me encuentro ahora mismo sentado en el asiento del avión de vuelta a casa desde Helsinki con mi mente aún rodeada de la nieve lapona a -20ºC y envuelto en esos interminables paisajes de cuento, con todas las tonalidades blancas posibles.
Tras una semana de aventuras volvemos con las maletas (y las cámaras de fotos) llenas de sueños cumplidos. Xavi ha conocido al auténtico Santa Claus en su propia casa, el bosque secreto de Joulukka. He de decir que aún me estremezco cuando cierro los ojos y vuelvo a ese momento. Pocas cosas habrán más emocionantes para un@ niñ@ que poder conocer en persona al mismísimo Papá Noel.
Àlex no ha parado de jugar con la nieve. Se ha hartado de tirarse en trineo, de lanzarse bolas con su hermano. Incluso se ha atrevido a probar la nieve, la cual «sabía a agua». Y cómo no, también pudo hacer su propio muñeco con gorro y bufanda.
Y Sonia… Lo de Sonia fue la muestra de que a veces cuando sueñas algo con todas tus fuerzas se acaba cumpliendo. Tras varios días de nubes y con la decepción de no haber visto la aurora boreal, llegamos a la última noche con pocas esperanzas de poder verla. Pero justo cuando esas esperanzas eran mínimas ocurrió algo mágico. Salimos al exterior de nuestra cabaña y allí estaba. Una explosión de colores verdes, amarillos y rosas iluminaron la noche polar regalándonos un espectáculo inolvidable.
He de decir que me considero básicamente una persona agnóstica en casi todos los sentidos. Pero casualidad o no, era como si el destino le tenía reservado a Sonia su mayor truco para el final de nuestro viaje. Cuando menos lo esperaba, vio cumplido ese sueño que la perseguía desde su más tierna infancia. Ver una aurora boreal.
Así que tras una llamada rápida a Xavi & Àlex, muuuchas fotos y bastante frío (21ºC bajo cero), nos abrazamos, nos besamos, nos emocionamos y nos sentamos en medio de ese lago congelado. Simplemente dejando pasar el tiempo y sintiendo que en ese preciso instante se estaba cumpliendo el último sueño que faltaba en esta aventura.
¿Y mi sueño? Mi sueño era sencillo pero a la vez el más difícil de todos. Mi sueño simplemente era que tod@s pudieran hacer realidad eso que llevaban años esperando y que meses atrás parecía imposible. Así que podemos decir que yo también vuelvo con mi sueño cumplido.
Porque tal y como me dijo alguien una vez: la vida es ir cumpliendo nuestros sueños…»
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«Hace tiempo que rondaba por mi mente hablar sobre ti. De hecho han sido varias las veces que he intentado empezar pero nunca encontraba el momento. Mejor dicho, siempre había una excusa, algo que hacer, otra cosa sobre la que escribir. Seguramente porque no sabía muy bien qué contar de ti, cómo explicar quién eres en realidad. Y finalmente he llegado a la conclusión de que no lo sé.
Así que es posible que esté equivocado, pero al menos hoy quiero contar cómo creo que eres, cómo te veo yo.
En las últimas semanas estamos viendo cómo en numerosas de tus localidades muchos ciudadanos han salido a protestar por una coyuntura cada vez más difícil, en la que a la falta de productos básicos se suma una precaria situación económica agravada por la pandemia del coronavirus la cual ha hundido al turismo, tu principal fuente de ingresos.
Algunos lo llaman «el despertar del pueblo cubano» o «el pueblo ha perdido el miedo». Yo prefiero no catalogarlo de ningún modo, permíteme hablar sin etiquetas. Simplemente voy a hablar de lo que yo viví.
Nuestro viaje a Cuba me sirvió para romper estereotipos que tantas veces había escuchado y que me hacían dudar de si había sido una buena elección ir allí con mis niños. «Os vais al tercer mundo», «allí no hay casi productos de primera necesidad», «la gente se muere de hambre», «¿es un país seguro?», nos espetaban. Lo mejor de todo es que generalmente el que me decía eso no había ido más allá de los Pirineos y mucho menos había puesto un pie sobre ti. Todo suposiciones y mantras escuchados mil veces en los medios de comunicación.
Durante los 16 días que pasé contigo intenté conocer cómo eras en realidad. Para ello hablé con tu gente y me quedé en sus casas, comí con ellos y me recorrí gran parte de tu territorio con Sonia, Xavi y Àlex tratando de ser una familia cubana cualquiera. Por ejemplo tostándonos al sol en una playa local a las afueras de Trinidad, subiendo a las atracciones de la feria en el carnaval de Cienfuegos, nadando en las cataratas de El Nicho o cenando en la calle durante la Noche Viñalera de Viñales.
No te voy a negar que también hice «turistadas» como alojarme en CayoLevisa, donde los cubanos tienen prohibido ir por su cercanía con Miami (suena extraño esto, ¿verdad?), hacer un tour en almendrón por La Habana o volverme a casar (esta vez a la orilla del mar) en el lujoso Cayo Largo del Sur al cual solo se puede llegar en avioneta.
NOTA: Si os ha entrado la curiosidad, en el enlace siguiente podéis ver el itinerario completo en nuestro viaje a Cuba con niños.
Finalmente, tras este cóctel de emociones volví enamorado. «Casi todo lo que sale en la TV es mentira», «allí la gente no pasa hambre, no se vive tan mal», les decía yo a mis familiares y amigos cuando les contaba cosas de ti. Seguramente seguía anestesiado por tu belleza, de tu vida y del calor de tu gente, quizá estaba sumido en un alto estado de embriaguez que no me dejaba ver más allá tu realidad.
Ahora con el tiempo (justo dos años después) me siento con la perspectiva adecuada para poder intentar explicar de una manera más objetiva cómo creo que eres. Ahora algunas de las situaciones que viví y a las que no les presté atención entonces, toman mayor significado.
¿Recuerdas?
En nuestro primer alojamiento de Casa Mercedes en la aldea de Carboneras (en la que apenas había iluminación y las calles estaban a medio asfaltar, por cierto), la chica que nos preparaba las comidas era la vecina, una profesora que se sacaba así un sobresueldo en su época de vacaciones escolares. Y ahora pienso, ¿por qué una profesora tiene que buscarse una segunda actividad para sacarse un extra económico?, ¿no les llega el sueldo a los docentes para vivir dignamente?, ¿es por eso que en la mayoría de pueblos y ciudades que visité, tus escuelas estaban abiertas de modo que los turistas y viajeros pudieran pasearse por sus salas a cambio de dejar un «voluntario» donativo a los maestros que la enseñaban gustosamente?
Lo mismo me pasó en otras dos casas de otras encantadoras personas. En este caso pertenecían al mundo de la medicina. Una doctora jubilada de Cienfuegos y un cirujano de La Habana que se iba de congreso internacional a Guatemala, alquilaban habitaciones en sus casas para turistas. Lanzo la pregunta: ¿Qué necesidad (principalmente económica) deberían tener para realizar esto?
POR CIERTO…
En La Habana nos alojamos en Centro Habana, en un barrio que a primera vista no inspiraba demasiada confianza. Estas dudas se disiparon rápidamente cuando la esposa del cirujano nos dijo que no debíamos preocuparnos por nada, ya que íbamos a quedarnos en casa del «cacique» del barrio.
Sí, has leído bien. Con eso quedaba todo dicho.
Esto me traslada a una situación que viví de una manera entrañable en Trinidad, probablemente tu ciudad más bonita. Debajo de la Casa de la Música, a los pies de la escalinata, me tropecé con una mujer que me pidió que le hiciera una foto con su nieto. Era otra profesora que venía del este. El gobierno le había subido el sueldo y por fin podía disfrutar de unas vacaciones después de muchos años, por lo que quiso llevarse a su familia con ella. Entonces no le di importancia, vaya ignorancia la mía. ¿No te parecía extraño que una profesora no se pudiera prácticamente permitir ir de vacaciones?
Otro día en Santa Clara, la ciudad donde se encuentra el mausoleo del Ché Guevara, entramos a un supermercado en busca de unos cuantos básicos para seguir nuestro viaje por carretera. Agua, galletas, papas, zumo… eso era nuestro objetivo. Pero cuál fue mi sorpresa al entrar, la tienda esta prácticamente vacía, con las estanterías sin productos y los congeladores únicamente llenos de aire. Apenas había garrafas de agua (menos mal), arroz, fideos, algunos paquetes de comida precocinada y unos pocos productos más. ¡Ah! y ron. Sí, había mucho ron, de todas las marcas.
«Vaya con el embargo americano, apenas dejan respirar a los cubanos», pensé. Qué iluso fui. Y digo iluso porque apenas a 15 minutos de ese supermercado estábamos alojados en una casa en la que no había ningún tipo de escasez de productos. La comida que nos preparaban sus dueños era abundante y variada. Bollos, tortillas, jugos de fruta, verdura, magdalenas, carne… No faltaba de nada.
¿Y eso por qué? Me contaron que en Cuba, los hoteles y los ciudadanos que hospedan a turistas en sus casas (bajo licencia del gobierno) compran en unos supermercados exclusivos para ellos (que obviamente no son los que vimos en el centro de la ciudad) y además a precios más económicos. Otra vez, fue algo a lo que no acabé de prestar atención. Hasta ahora.
Por último, me acuerdo de cuando estuvimos en Viñales, en casa de la farmacéutica del pueblo y a Xavi le salió un eccema en la axila debido al calor y la humedad. A pesar de ir provistos de un botiquín bastante completo no teníamos nada concreto para esto. Suerte que nuestra casera nos proporcionó un remedio inesperado. Preparó una especie de polvos de talco con maíz machacado, manzanilla (y algo más) que resultó tener un efecto mágico ya que en un par días Xavi quedó plenamente curado.
Al estar al final de nuestro viaje y como agradecimiento le regalamos el contenido de nuestro botiquín: agua oxigenada, betadine, apiretal, tiritas, ibuprofeno, etc. La cara de nuestra farmacéutica se iluminó de repente. Según dijo hacía semanas que no tenía prácticamente suministros básicos y habían pasado meses desde que viera las últimas aspirinas y antihistamínicos. El «remedio milagroso» de Xavi y la alegría de la farmacéutica por recibir nuestro botiquín no me dejaron ver más allá. ¿Cómo es posible que un país que presume de contar con los mejores médicos del mundo no proporcione suministros esenciales a sus sanitarios?
Estas son solo algunas de las situaciones que viví y que ahora me hacen reflexionar. Como dije antes, yo volví a casa totalmente enamorado. Creía que la vida no era como nos la quieren hacer ver al otro lado del Atlántico y que, con mayor o menor dificultad, la gente vive en buenas condiciones y es feliz.
No sé si todo eso es culpa del eterno embargo estadounidense (el recurso fácil) o si el gobierno es el que gestiona tus recursos de manera poco eficiente y arbitraria. De verdad, no lo sé. Cabe recordar que, lo queramos o no, sigues siendo una dictadura en la que tu gente no puede elegir quién y cómo la gobierne. Y eso te resta puntos. No en vano la mayoría de tus habitantes tenía miedo de hablarnos sobre cómo era su vida diaria, al menos de primeras. Solo después de romper el hielo y ver que éramos simples viajeros ávidos de «curiosidad por conocerte», desaparecía la desconfianza y entablábamos por fin esas conversaciones (en ocasiones bien entrada la madrugada) libres de ataduras y con el corazón en la mano, algunas de las cuales he mencionado con anterioridad. Y no estoy intentando meterme en política, solo trato de hablar de datos objetivos.
No digo que ahora todo eso se haya esfumado y piense que estaba totalmente equivocado, pero la perspectiva y el paso del tiempo me han hecho sentir que la Cuba que yo viví no era del todo real. Creo que estaba algo edulcorada por tu singular belleza, tus playas, tu verano constante y sobre todo porque la gente cubana, tu gente, es especial. Tu magnetismo hace que el viajero (o turista, como quieras llamarlo) se sienta extasiado, feliz contigo. Lo haces sentir único, como en en su propia casa, o incluso mejor. Tanto que desearía quedarse a vivir contigo para siempre, aún sin saber cómo eres en realidad.
Si pudiera definirte de alguna manera, permíteme compararte con uno de los famosos almendrones que recorren La Habana. Unos coches preciosos, con el tapizado de cuero, relucientes por fuera y con vistosos colores que los hacen aún más atractivos para que la gente se suba en ellos. Yo no pude resistirme a subirme a uno (Guau, ¡me sentí como en una película clásica!). Son coches que llevan circulando desde los años 50, con un motor de otra época y múltiples piezas que han sufrido quizá demasiados retoques, incontables apaños y parches para poder seguir rodando con esa elegancia que les caracteriza. Posiblemente sepan que su tiempo haya pasado, pero su orgullo es el que les mantiene aún en circulación, el que les hace a resistirse a abandonar las calles y a realizar cada nuevo día un último baile.
Y sinceramente creo que eso es lo que pasa contigo. Que al igual que ocurre con los almendrones, tú te resistes a cambiar, a ser devorada por este mundo que avanza cada día más y más rápido. No quieres convertirte en otro lugar más, por eso aunque hayas realizado pequeños cambios, en esencia quieres seguir siendo la misma de hace más de 60 años, para lo bueno y para lo malo. No te culpo, es lícito, a todos nos gustaría tener el elixir de la eterna juventud y no cambiar nunca aunque desgraciadamente el paso del tiempo es inexorable para todas y para todos (¿no ves?, fíjate como ahora el lenguaje se ha hecho inclusivo).
Pero reconócelo, ambos sabemos que cada vez lo tienes más difícil. No sé lo que pasará contigo, si de verdad cambiarás o si simplemente te realizarás un nuevo «lifting» de manera que «todo seguirá más o menos igual». No puedo predecir el futuro, la verdad. Aún así y a pesar de todo, a mí me sigues dejando enormes dudas. Me da la sensación de regresar al mismo sitio al que estaba cuando empecé a escribir sobre ti.
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Aquí las redes sociales están en la calle. Son las personas y no la pantalla de un smartphone. Los mediodías y las veladas transcurren en torno a una baraja de cartas y unos acordes musicales mientras los más pequeños juegan prácticamente desnudos por la calle.
Días después, cuando la aventura acaba, no podrás evitar esbozar una sonrisa desde el asiento de tu avión en La Habana recordando con nostalgia tiempos pasados. Un tiempo que ya no volverá…»
22 de agosto de 2019
Bruno
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