Suele ocurrir que cuando no esperas demasiado de algún lugar, éste te sorprende ya sea por algo que lo hace especial o simplemente por la belleza de su entorno. Pues eso ha sido lo que nos ha pasado a nosotros con Dubrovnik. De lo poco que sabíamos es que a esta ciudad se la llama «la perla del Adriático«. Y sinceramente este adjetivo es muy apropiado. Vamos a contar un poquito por qué.

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Al ya formar parte pertenecer aún a la Unión Europea (ACTUALIZADO 2018) el desembarco en Dubrovnik, Croacia, es muy rápido. Tienes que pasar por una pequeña aduana y los policías te miran un poco las bolsas aunque sin demasiado ímpetu. Su moneda no es el euro, por lo que también hay que hacer el cambio para tener algo de liquidez. Lo más atractivo de Dubrovnik es su antigua ciudad amurallada que data del siglo X aunque fue restaurada en el XVII. La entrada por la zona norte se encuentra cerca de donde atracan los cruceros, concretamente a unas pocas paradas del autobús de línea. Por lo tanto en nuestro caso decidimos ir por libre y poder realizar nuestra marcha tranquilamente.

Y así lo hicimos, pequeño trayecto en el bus el cual nos dejó delante de la puerta de Pile, la más famosa de la ciudad.

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Esta puerta nos conduce a una amplia calle de piedra, la Placa, que es la zona más aristocrática, lugar en el que gobernaba la República Ragusea, la élite más aristocrática que dominó la ciudad desde 1358 hasta la entrada de Napoleón. Nada más entrar, y antes de adentrarnos por esas preciosas calles, decidimos visitar la muralla para poder ver la ciudad desde arriba. Esta muralla da toda la vuelta y se puede realizar en poco más de hora y media al precio de unos 3-4 euros. Nosotros disfrutamos del bonito paseo.

Después de bajar paseamos por esas calles totalmente empedradas que tiene. Unas calles realmente muy bien conservadas y con mucha limpieza. Se respira un ambiente cultural muy intenso y la tranquilidad solo es quebrada por los grupos de turistas o algún grupo musical que se gana la vida tocando suaves melodías. Estas calles desembocan en el Palacio de los Rectores que fue la sede del gobierno y del rector en los tiempos en que Dubrovnik fue una república independiente.

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Pasear por Dubrovnik es agradable. Puedes sentarte en un banco, una fuente o tomarte algo en alguna de las fuentes que hay por las calles. Esas calles empedradas, amplias algunas, estrechas otras. Es como si estuvieras viajando dentro de una escultura. Nos pasamos por allí toda la tarde, simplemente dejando pasar el tiempo hasta que se acercara la hora del embarque.

Una vez fuera no quisimos irnos sin hacernos antes un par de fotos con un pequeño monumento que hay en el exterior de la puerta de Pile. Es un monumento que nos recuerda que no hace mucho tiempo Dubrovnik estaba en guerra. Hablamos de la triste guerra de los Balcanes, la guerra de la extinta Yugoslavia a principios de los años 90. En 1991 Dubrovnik fue bombardeada por el ejército serbio en lo que se consideró una auténtica masacre cultural. De ahí esos tonos tan rojizos de los tejados, ya que las tejas son prácticamente todas de nueva construcción.

Causa cierto impacto pensar en lo que ocurrió en aquellas tierras no hace tanto. Nunca la violencia puede tener justificación, y aún menos si uno de los principales motivos es la diferencia entre seres humanos. Es cierto que la antigua Yugoslavia era un país lleno de contrastes, con gente de diferentes etnias, lengua o religión. Un país con multitud de sensibilidades y pensamientos diferentes, lo que lo hacía un país especial. Pero a pesar de ello, la violencia, la guerra, no es el camino para alcanzar objetivos. Quizá con el diálogo y el entendimiento se hubiesen podido evitar las más de 130.000 muertes y desplazamientos de población que se produjeron. Atrocidades indescriptibles, familias destrozadas, vidas destruidas. Algo que nunca se debe volver a repetir. Por eso la simbología de ese pequeño monumento por la paz y nuestras fotos en él. Por el recuerdo de las víctimas en un conflicto que hubiera podido resolverse de una manera más pacífica.

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Así que con ese último pequeño regusto amargo nos fuimos de allí. Aunque ello no debe empañar la magia y belleza de Dubrovnik. Una ciudad de la que no sabíamos nada y que nos maravilló desde que entramos en ella. Sin duda, la declaración como patrimonio de la UNESCO es de justicia ya que sus construcciones son de gran valor arquitectónico y cultural.

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