Venecia es una de las ciudades más famosas del mundo. Un lugar casi único por estar construida un archipiélago de 118 pequeñas islas unidas entre sí por 455 puentes. Merece por lo menos 2 o 3 días para poder visitarla con tranquilidad, disfrutando de sus canales y a través de un paseo en góndola. Pero en nuestro caso, solo teníamos unas pocas horas en la ciudad por lo que había que ir a lo concreto.

Travesía por el famoso Gran Canal con dirección a la Plaza San Marcos, visita al Palacio Ducal y paseo por los alrededores. Son los must de Venecia y al menos estas visitas sirven para quedarse con la esencia de esta ciudad, sus canales y ambiente renacentista.

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En Venecia los vehículos predominantes son barcos, y a los taxis se les denomina Vaporetto. Nosotros cogimos uno al inicio del Gran Canal con dirección a la famosa Plaza San Marcos. El Gran Canal digamos que se trata de la avenida principal de Venecia y desde la cual se va ramificando en otros canales o calles más pequeños. En él podemos observar sus fantásticos puentes que cruzan de un lado a otro además de contemplar los principales edificios de la ciudad. Aunque el día estaba gris y bastante fresco, nosotros pudimos disfrutar de un bonito paseo.

Y una vez terminado nuestro paseo, llegamos a las puertas del palacio Ducal, uno de los símbolos de Venecia. El palacio Ducal fue la residencia del Dux de Venecia durante la época en la que fue una república. Además, era el palacio de justicia y en sus entrañas albergaba la prisión de la ciudad. Se trata de una construcción gótica en su exterior y clásica en el interior. La verdad, que desde fuera se veía muy bonito.

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Ésta era una de las visitas obligadas, por lo que sin perder demasiado tiempo nos dirigimos a ver como era este palacio por dentro. El estado de conservación es bueno, y visto la magnitud de las estancias se nota que era el edificio más importante de la época. Una de las cosas que más sensación nos produjo fue bajar a la antigua prisión. La oscuridad de los pasillos y terrible humedad allí reinante, lo hacen un sitio inhóspito. En aquella época, quién solía bajar probablemente ya no salía de allí con vida.

Al salir, nos acercamos al famoso «Puente de los Suspiros» que une el palacio con los calabozos. Debe su nombre a los suspiros de los prisioneros que desde aquí pasaban a los calabozos del palacio Ducal después de ser condenados. Sí, suspiraban, pero porque era muy posible que esa fuera la última vez que viesen la ciudad dadas las condiciones de las cárceles en aquella época. Desgraciadamente cuando fuimos el puente estaba en restauración. Aunque no se podía observar completamente el puente en sí, al menos estaba al descubierto y lo pudimos fotografiar. (Eso sí, os ponemos una fotos sacada de internet para que veáis como es).

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Después nos acercamos a la que dicen es una de las más bonitas plazas del mundo. La plaza San Marcos, con su famoso campanario de color rojizo. La plaza, emblema de la ciudad es el lugar donde se hacen la gran mayoría de espectáculos y celebraciones durante todo el año. Es típica la presencia de las palomas, habitantes históricas del lugar y realmente acostumbradas a la presencia humana.

No puede faltar como buen recuerdo de Venecia una de sus tradicionales máscaras, ya que es famoso su conocido carnaval.

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Con un poco más de tiempo, se puede visitar la pequeña isla de Murano, famosa por su cristal. Y es que 8 horas no dan para mucho, pero se al menos sí se puede realizar un paseo a través de sus canales y conocer algunos de sus lugares más conocidos. Nos ha quedado la esencia de Venecia, esa ciudad mágica de gran pasado renacentista con sus góndolas y canales.

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